Así como no podemos sostener mucho tiempo una mirada, tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría, la espiral del amor, la gratuidad del pensamiento, la tierra en suspensión del cántico. No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo las proporciones del silencio cuando algo lo visita. Y menos todavía cuando nada lo visita. El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre, ni tampoco a lo que no es el hombre. Y sin embargo puede soportar el peso inexorable de lo que no existe. Cada uno tiene su pedazo de tiempo. Cada uno tiene su pedazo de tiempo y su pedazo de espacio,su fragmento de vida y su fragmento de muerte. Pero a veces los pedazos se cambian y alguien vive con la vida de otro o alguien muere con la muerte de otro. Casi nadie está hecho tan sólo con lo propio. Pero hay muchos que son nada más que un error: están hechos con los trozos totalmente cambiados.
Las distancias no miden lo mismo. Las distancias no miden lo mismo de noche y de día. A veces hay que esperar la noche para que una distancia se acorte. A veces hay que esperar el día. Por otra parte la oscuridad o la luz teje de tal manera en ciertos casos el espacio y sus combinaciones que los valores se invierten: lo largo se vuelve corto, lo corto se vuelve largo. Y además, hay un hecho: la noche y el día no llenan igualmente el espacio, ni siquiera totalmente. Y no miden lo mismo las distancias llenas y las distancias vacías. Como tampoco miden lo mismo las distancias entre las cosas grandes y las distancias entre las cosas pequeñas.
No solo a la vejez te lleva el tiempo.
Otro viaje te aguarda.
Has llegado a la tierra donde se ven morir las religiones.
Compartes con el árbol ese placer perdido:
Una extraña ciudad ha venido a rodearte.
Sólo la habitan dioses que la tarde ha exiliado.
Caminas por las calles que sobre ti han caído.
Descubres que la fruta fue un dios al mediodía;
que es un dios que se extingue la primera fogata;
que las hojas son formas sutiles de los rezos;
que viviste rodeado de dioses que ignorabas.
Pero nacieron para ser eternos.
No vieron en la luz secretas despedidas,
ni besaron las puertas de las fugaces danzas.
Mendigo es quien encuentra aquello que no busca
y la mujer que amaste ya no es miedo ni espera,
sino un dios que se ha muerto,
sino una extraña lluvia que solo se recuerda
cuando un aroma cruza tu callada memoria.
Los días son las naves con que el tiempo te aleja.
Has llegado a esa tierra.
Puedes beber en lagos aquello que no vuelve.
Comprendes que los seres comparten con el fuego
el transformarse en dioses para poder morir.
No solo a la vejez te lleva el tiempo:
Otro viaje te aguarda.
Lo que creías el viento es un rito que huye,
una música extraña donde habita lo eterno
y el universo un templo,
abandonado y bello.
El niño duerme y en su frente pura
son los bucles de humo vaporoso y dorado
y en la mano de rosas asegura
el sonajero de reir cansado.
En la alcoba infantil, como en un nido,
cubierta con el ala la pensativa frente
el Angel de la Guarda se ha dormido
más la luz de sus ojos dulcemente
atraviesa los párpados y el ala.
Como un río de seda el silencio resbala
En la estancia contigua
como sabe que nadie puede oirlo
el cucú del reloj canta la antigua
canción que en Nuremberg cantaba un mirlo.
De pronto salta un duende por la abierta ventana
y trota hacia el espejo con trote de ratón
tiene los pies de lana
y en la mano un pedazo de carbón
adopta una postura lo más ceremoniosa
ante el espejo, luego se hace un guiño
y rie con su risa feliz de anciano niño
que le llena de hoyuelos las mejillas de rosa
Después en la pared más ancha de la alcoba
con el trazo infantil de su carbón dibuja
una imponente bruja cabalgando en su escoba
Una bruja que tiene feas patas de cabra
y un mochuelo posado sobre el hombro:
y ríe locamente pensando en el asombro
que va a tener el niño cuando los ojos abra.
Más ya despertó el Ángel y en vuelo de paloma
ha llegado hasta el duende que asustado lo mira:
con sus dedos de plata por el cuello lo toma
y sobre el césped del jardin lo tira…
Y sonríen sus labios con sonrisa indulgente,
mirando huir al duende con la mano en la gorra…
Entorna la ventana suspira dulcemente
y con el ala blanca la bruja negra borra.
En una noche que debió ser de lluvia
o en el muelle de un puerto tal vez inexistente
o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,
se me cayó una parte mía.
No ha dejado ningún hueco.
Es más: pareciera algo que ha llegado
y no algo que se ha ido.
Pero ahora,
en las noches sin lluvia,
en las ciudades sin muelles,
en las mesas sin tardes,
me siento de repente mucho más solo
y no me animo a palparme,
aunque todo parezca estar en su sitio,
quizá todavía un poco más que antes.
Y sospecho que hubiera sido preferible
quedarme en aquella perdida parte mía
y no en este casi todo
que aún sigue sin caer.
Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia,
los únicos vencidos corazón, son los que no luchan.
No los dejes corazón que maten la alegría,
remienda con un sueño corazón, tus alas malheridas.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
Y recuerda corazón, la infancia sin fronteras,
el tacto de la vida corazón, carne de primaveras.
Se equivocan corazón, con frágiles cadenas,
más viento que raíces corazón, destrózalas y vuela.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
No los oigas corazón, que sus voces no te aturdan,
serás cómplice y esclavo corazón, si es que los escuchas.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
Adelante corazón, sin miedo a la derrota,
durar, no es estar vivo corazón, vivir es otra cosa.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
No te entregues corazón libre, no te entregues.
Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.
Sí, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo
a pesar de esas llamas dulces contra junio…
Estamos bien… sí…
Miro una danzarina en su martirio, es cierto,
con los locos brazos, ay, negando la ceniza
y el crepúsculo íntimo…
Estamos bien… Cummings que se va, muy pálido,
al país que nunca ha recorrido,
mientras Debussy enciende el suyo, submarino…
Estamos bien… Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia
que trae más agudamente aún la noche
para las preguntas que se han tendido como ramas
a lo largo de la pesadilla de la luz,
con la vara que sabes y la arpillera que sabes,
en las puertas mismas, quizás, de la poesía y de la música…
Estamos bien, sí mi amiga, pero tiemblo de un crimen…
Cuándo, cuándo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,
cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?
Mi voz está en su sitio
el corazón sabe algo más porque me duele
por eso digo:
terrible oficio
es repartir equivocadamente los abrazos
y que el alma viva entre perros hambrientos
uno de mis errores
fue creer que todos éramos hermanos
y ahora
no se le puede cambiar el horizonte a la nostalgia
hay que olvidarse de las viejas sonrisas
y andar con el dolor a cuestas
para que sirva definitivamente
nunca dije
mi lágrima fue grande
sufrí
no me quisieron
cada uno conoce su dolor
y sabe de qué manera hablarle a la desgracia
que venga la vida y me golpee
de nada vale cerrar los ojos
un hombre dormido
es un dolor que descansa
es duro el amor cuando se niega
un día sin embargo recuesta sus abrazos
apoya su misterio en mi cabeza
y me lleva a vivir al primer piso de un incendio
no comparo
simplemente doy mi fruto
y espero
la semilla más humilde
puede brotar el fuego o la hermosura
si estoy acorralado entre dos besos
decido acurrucarme al pie de mi corazón
y sueño
soy triste hasta los zapatos
a la hora del té
mi alegría se sienta y llora conmigo
pero sostengo que un día
aunque el amor sea el hermano implacable de la lluvia
de mi casa a tus ojos
no habrá naufragios.
Ya que navegas por mi sangre
y conoces mis límites,
y me despiertas en la mitad del día
para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí,
dime qué diablos hago,
por qué te necesito,
quien eres, muda, sola, recorriéndome,
razón de mi pasión,
por qué quiero llenarte solamente de mí,
y abarcarte, acabarte,
mezclarme en tus cabellos
y eres única patria
contra las bestias del olvido.
Cuando abro de un tajo mi cuerpo
con furiosa sed de bucanero
suelo encontrar algunos tesoros
esperando el momento preciso
de saltar hacia afuera para darse a la fuga.
Así, una vez expuestas las vísceras
y los circuitos nerviosos,
una vez apartados los órganos y todo el cablerío,
puedo extraer los más fantásticos arcones
abollados por el tiempo y la desidia.
Por ejemplo, una ventana ciega pero siempre abierta
por donde solía escaparme en los veranos;
una estrella de cartón señalando
el centro de alguna improbable
ceremonia pagana y guitarrera;
dos vagones de un tren que siempre
está partiendo hacia algún sitio
y una piedra en las vías demorando el viaje;
la palabra nunca, agrietada por la culpa;
el recuerdo de aquello que todavía no ocurrió
pero que alguien planea minuciosamente cada noche;
los tres naipes marcados de una indefectible decisión final.
Otras veces, las menos,
cuando el tajo con que abro mi piel y mis cerrojos
deja a la vista el milagro de mi estirpe,
suelo sacar de mis adentros a mí mismo
con un gesto de fingida sorpresa,
con un grito rojo de innominable pena,
con las manos llenas de sangre
y la boca abierta como una ballena herida.
Entonces, simplemente me miro a los ojos
y lloro con una desabrigada congoja
buscando el paraíso que no habré de encontrar,
que perdí para siempre o que no tuve nunca.
Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,
como un amo implacable
me obliga a trabajar de día, de noche,
con dolor, con amor,
bajo la lluvia, en la catástrofe,
cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,
cuando la enfermedad hunde las manos.
A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.
Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben
como tirar contra la muerte.
Humilde como el voto del creyente,
bendito como el ángel de mi guarda,
tímido, solitario, romancesco,
fe y esperanza.
Como tú, virginal y sin mancilla,
como yo, visionario y entusiasta,
era el amor que te ofrecí; inocente,
como mi alma.Ignoto, como ráfaga perdida,
ardiente, como lágrima callada,
torcido, desolado, borrascoso,
amor de paria.
Triste como el destello de la luna,
solo, como la luna solitaria,
es el recuerdo de ese amor maldito,
como mi alma.
El mundo es un pensamiento
realizado de la luz.
Un pensamiento dichoso.
De la beatitud, el mundo
ha brotado. Ha salido
del éxtasis, de la dicha,
llenos de si, esta tarde,
infinita, infinita,
con árboles y con pájaros
de infancia ¿de qué infancia?
¿de qué sueño de infancia?
Todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo porque en el fondo es todo
como un perro que pasa, una colina, esas cosas de nada, cotidianas, espiga y cabellera y dos terrones, el olor de tu cuerpo, lo que decís de cualquier cosa, conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí, que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estrelle en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.
Solo, con mi esqueleto, mi sombra, mis arterias, como un sapo en su cueva, asomado al verano, entre miles de insectos que saltan, retroceden, se atropellan, fallecen; en una delirante actividad sin rumbo, inútil, arbitraria, febril, idéntica a la fiebre que sufren las ciudades.
Solo, con la ventana abierta a las estrellas, entre árboles y muebles que ignoran mi existencia, sin deseos de irme, ni ganas de quedarme a vivir otras noches, aquí, o en otra parte, con el mismo esqueleto, y las mismas arterias, como un sapo en su cueva circundado de insectos.
En la mitad de la película, la flor que te llevé tenía una araña esperando entre los pétalos.
Creo que lo sabías y que favoreciste la desgracia. Siempre olvidé el paraguas antes de ir a buscarte, el restaurante estaba lleno y voceaban la guerra en las esquinas.
Fui una letra de tango para tu indiferente melodía.
Qué vanidad imaginar que puedo darte todo, el amor y la dicha, itinerarios, música, juguetes. Es cierto que es así: todo lo mío te lo doy, es cierto, pero todo lo mío no te basta como a mí no me basta que me des todo lo tuyo.
Por eso no seremos nunca la pareja perfecta, la tarjeta postal, si no somos capaces de aceptar que sólo en la aritmética el dos nace del uno más el uno.
Por ahí un papelito que solamente dice: siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Y este fragmento: la lenta máquina del desamor los engranajes del reflujo los cuerpos que abandonan las almohadas las sábanas los besos
y de pie ante el espejo interrogándose cada uno a sí mismo ya no mirándose entre ellos ya no desnudos para el otro ya no te amo, mi amor.
Tuve un segundo encuentro en el Tuyú, junto al mar que bramaba como un toro y en cierto mediodía de salitre. Acostado en las algas vi el Amor, doble y uno en su forma de andrógino admirable: la parte del Varón ( crines y bronces) y la de la Mujer (plumas y rosas) buscaban la unidad en un abrazo de dos metales puestos en crisol. Y digo que, a mi vista, la región de la hembra se iba trocando en la región del macho y la del macho en la de la mujer, las crines y las plumas en fusión, los bronces y las rosas confundidos, hasta no ser ni el macho ni la hembra, sino los dos en uno y en ninguno. Con el primer encuentro se puede hablar de Amor: con el segundo nace la Erótica infinita.
Ser buzo y descender hasta la gruta de tu silencio, donde se tuercen los corales rojos de las mordientes ansias y el deseo es una forma negra, tentacular, sin ruido, con cien ojos de acecho… Ah, no me digas nada, ni la palabra antigua ni las canciones que ha mordido el tiempo!
Silencio en las albercas de tus ojos, en tus caricias largas, en tus besos
Que se duerma en tus labios una gran mariposa de silencio…
A los que han declinado su corazón y retornan de las ahogadas habitaciones con la boca en cenizas, a los que están desterrados y no sabiendo participan sin júbilo del mundo, a ellos, mis parientes, yo les digo: vuelvan de la torpe provincia, dejen en la puerta las palabras oscuras, entren conmigo a la casa del fuego.
Inesperadamente, el tigre se despierta. Ve a su presa desnuda. La olfatea, se acerca, juega con ella, mordisquea su piel, su largo pelo y va a lanzarse ya sobre ese cuerpo que lo exalta, mas se detiene y ama el manantial de formas, esa perfecta síntesis del mundo.
Otro momento más, otra caricia cruel, feliz, hasta que al fin, en celo, con las zarpas ardientes, salta sobre la carne dulcísima, anhelada. Y lentamente la devora y es de él hasta el fin de ese momento en que ella vuelve a recobrarse.
Así, los dos libramos noche a noche este juego feroz, maravilloso.
La vida se revuelve como un niño loco para soplarme el corazón. Pero yo tengo un lugar en la tarde, un lugar de vientos detenidos, en donde todo estaría muerto si no estuviera así.
La vida se ha caído como un hueso trasijado para ahuecarme el corazón. pero yo tengo un hueco sin padre ni madre, de vidrio sin vidrio, en donde los charcos se detienen como éxtasis y todas las niñas del mundo se enamorarían por primera vez.
La vida se ha comido las estrellas,
desahuciadas y rotas, y se ha clavado en microscopios y se malsangra en carteles para encorvarme el corazón.
Pero yo tengo un horizonte sin bocas y un suavecer sin horizontes y un deletreo de latidos para morirme en corazón.
Afila sus lisuras la palabra
cuando anuncia tu nombre.
Y se desgajan las escorias
que el tiempo acumula
en el desmoronamiento de la súplica.
La memoria
resume las instancias
del viaje
y se arrebuja en salto
hacia la radical novedad
que te antecede.
Todo a tus pies
entonces
recupera sus contornos.
Todo lo que no ha muerto
de osadía
Usa rostros cambiantes lo que desea tu oscurecimiento, lo que quiere uncirte a la flamante realidad. Ella brota del ojo gobernando un breve paraíso, espejo que entrega al amo sólo su ansiosa imagen. Lo que no eres, lo que te elude, lo que serás no flota en esa versátil, hambrienta dama. Ningún pacto con la bestia de misión oscura te llevará a ti mismo ni al seno del poema: aguarda a que él descienda y vuele porque su tránsito te hace incorruptible
Cuando llegas, nadie te anuncia, aún oscurece piedra y piedra la tarde y apaga arriba o halcón o paloma, sus animales de fuego.
Y los árboles ya son objetos de la noche. Todo cicatriza, como un párpado; damos la espalda al cielo.
Pero tú abres puertas, te instalas y desnudas, e inicias, en los declives de la sombra —fijo planeta, rara diosa—, el esplendor de la mujer y el rocío.
Amarillos limones aparecen entre las hojas de las plantas y un silencio fragante los rodea en el tímido patio.
Un pájaro que no se ve canta sobre la tapia ilusa de fulgores. Corre el agua inasible desde alguna canilla lejana
Este lugar de siempre es ahora el encierro de un tempestuoso pecho bajo el dominio amante del sol.
Aquí comer el pan, beber el vino, son actos religiosos.
Hay un sumiso cosmos en la soledad de esta casa, y en medio de las plantas, los curiosos limones asoman entre las hojas y atisban el invisible contorno.
Me gustan esos hombres que armonizan con el viento. Los que llueven sobre sí mismos o caminan dibujando constelaciones. Los capaces de silbar con burbujitas o arrojarse de un amor en movimiento y subirse a otro a otro a otro.
Me gustan esos hombres cavernosos y parcos, con las marcas de la vida en las entrañas. Los de manos calientes y grandísimas de tanto agarrar el cielo y los andenes. Los atrapados por asuntos perdidos, los que piensan que no todo ha sido en vano y los que buscan y no encuentran, pero siguen buscando.
Me encantan los hombres temerosos y valientes, los que se acuerdan las canciones de la infancia y los que nunca abandonaron al niño que fueron. Los que jamás hablan mal de las mujeres que los dejaron, los leales a su generación, a su rostro, a su impulso, los empecinados y frágiles bandidos generosos, los que dibujan bigotes en las fotos de los diarios y los que comen los helados como si fueran un premio.
Me agradan mucho los hombres procaces, los que recuerdan a sus hembras por su olor y sus orgasmos, los que le miran el culo a las mujeres de los otros, los que piensan por qué no se acostaron con su prima y los que sueñan con morirse de un polvo alucinado.
Me gustan los hombres animales, por ejemplo, los hombres caballo, los hombres cien-pies, los hombres nictálope, me gustan los que crujen como brasas desnudas y los que dejan gotitas de humor en las esquinas.
Me gustan esos hombres. Yo amo a esos hombres porque son como el agua. Desordenados. Y frescos. Y volvedores.
Mito mito mío acorde de luna sin piyamas aunque me hundas tus psíquicas espinas mujer pescada poco antes de la muerte aspirosorbo hasta el delirio tus magnolias calefaccionadas cuanto decoro tu lujosísimo esqueleto todos los accidentes de tu topografía mientras declino en cualquier tiempo tus titilaciones más secretas al precipitarte entre relámpagos en los tubos de ensayo de mis venas
Algún día encontraré una palabra que penetre en tu vientre y lo fecunde, que se pare en tu seno como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.
Hallaré una palabra que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta, que contenga tu cuerpo y abra tus ojos como un dios sin nubes y te use tu saliva y te doble las piernas.
Tú tal vez no la escuches o tal vez no la comprendas. No será necesario. Irá por tu interior como una rueda recorriéndote al fin de punta a punta, mujer mía y no mía, y no se detendrá ni cuando mueras.
Me siento morir en ti, atravesado de espacios que crecen, que me comen igual que mariposas hambrientas. Cierro los ojos y estoy tendido en tu memoria, apenas vivo, con los abiertos labios donde remonta el rio del olvido. Y tu, con delicadas pinzas de paciencia me arrancas los dientes, las pestañas, me desnudas el trebol de la voz, la sombra del deseo, vas abriendo en mi nombre ventanas al espacio y agujeros azules en mi pecho por donde los veranos huyen lamentándose. Transparente, aguzado, entretejido de aire floto en duermevela, y todavía digo tu nombre y te despierto acongojada. Pero te esfuerzas y me olvidas, yo soy apenas la burbuja que te refleja, que destruirás con sólo un parpadeo.
Has visto verdaderamente has visto la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa Has tocado de verdad has tocado el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amas Has vivido como un golpe en la frente el instante el jadeo la caída la fuga Has sabido con cada poro de la piel sabido que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón había que tirarlos había que llorarlos había que inventarlos otra vez.
Desperté demasiado temprano y comencé a pensar en lo eterno, pero no en la gran eternidad de los rezos sino en las pequeñas eternidades olvidadas.
La parte que no fluye del río, aquello de la ciudad que siempre calla, el lugar que no duerme en tu cuerpo dormido, aquello que no despierta en mi cuerpo despierto.
Sentí entonces que las pequeñas eternidades son preferibles a la gran eternidad.
Es buena y bella como el mar Es oscura anterior rostros de mi silencio Ella es inmensa bajo el sol en la noche crepita su profundo animal Tierra sin descubrir no tenés nombre todavía
Hay corazones sin dueño, que no tuvieron nunca la oportunidad de regir como un péndulo casi atroz el laborioso espasmo de la carne. Hay corazones de repuesto, que esperan sabiamente o por quién sabe qué mandato el momento de asumir su locura. Hay corazones sobrantes, que se descuelgan como puños de contrabando desde la permanente anomalía de ser un corazón. Y hay también un corazón perdido, una campana de silencio, que nadie sin embargo ha encontrado entre todas las cosas perdidas de la tierra. Pero todo corazón es un testigo y una segura prueba de que la vida es una escala inadecuada para trazar el mapa de la vida.